" data-original-title="" title="">Sonny Rollins lleg�� a Barcelona para triunfar. Siempre vino a lo mismo, pero no lo logr�� en todas las ocasiones. Esta vez s�� ocurri��, ya desde el mismo instante en el que se anunciaba que iba a ser reconocido con la medalla de oro del 42 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de la ciudad. Con el aforo completo de L'Auditori, el octogenario saxofonista daba escuetamente las gracias, a sabiendas de que a su regreso al escenario minutos m��s tarde, ya junto al resto de su quinteto, iba a dar comienzo una de las fiestas musicales que habr�� de ser alojada en la memoria junto a la que en septiembre tuvo lugar en el Beacon Theatre de Nueva York, a pesar de que aqu�� no se pudo contar con la presencia de muchos grandes del jazz como estrellas invitadas.

Hubo inquietud, todo hay que decirlo, porque el adjetivo que hace m��s de medio siglo acompa?a al m��sico a modo de lugar com��n no se dejaba verbalizar: el colossus no lo parec��a. La majestuosidad se volv��a esfinge tambaleante. Pero solo bast�� que Rollins acercara el saxo a su boca para hacer evidente que lo que mantiene en pie el arte de su toque no guarda relaci��n alguna con la erosi��n que el tiempo ha infligido a su f��sico, otrora imponente.

La velada daba inicio con "Patanjali," un tema nuevo que adelantaba la l��nea que recorrer��a el concierto, primero de la gira europea del octog��simo aniversario de Rollins. Resultaba curioso observar el modo en que el l��der buscaba su espacio, reorientando sus pasos y su postura hasta acabar entablando un di��logo locuaz con el suelo. Parad��jicamente, cuanto m��s acercaba el saxo a sus zapatos, m��s cerca estaba del cielo. Se dir��a que utilizaba la tarima del escenario como caja de resonancia para alcanzar las alturas.

Que logr�� llegar muy arriba, de eso no hay duda. Tal vez tuvo algo de responsabilidad en ello el que su cabellera pareciera una electrificad��sima bola de Tesla, y lo cierto es que el ambiente presagiaba tormenta tropical. Hubo que esperar al ataque de "Don't Stop the Carnival," uno de sus temas setenteros, para que la tormenta pasara a hurac��n de sabidur��a musical y poder��o esc��nico. Rollins controla como nunca las armas de las que dispone. Logra en diez minutos lo que a otros les lleva toda una vida conseguir, con suerte: hacer de una nota un mundo, perdurar en el tiempo. Entre ambos temas se colaron rendidas lecturas de "Nice Lady," con las tumbadoras de